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Pacto de Sobrevivencia

Ante la imposibilidad de refundarse como una oposición capaz de enfrentar los desafíos del momento con una visión de modernidad política, el PRI vuelve a circular por el único camino por el cual ha podido transitar a lo largo de su historia: las sombras del poder.

El tricolor no sabe ser oposición. En su ADN no está el impulso de la resistencia ni de la lucha fuera de los linderos del poder: la presidencia, los gobiernos estatales, las Alcaldías o cualquier otro ente vinculado al gobierno. Toda su estructura política, directiva y territorial ha sido históricamente lubricada desde el gobierno o sus instituciones, como el Pemex de Rogelio Montemayor o de Emilio Lozoya Austin.

El PRI no se haya sin el poder. Requiere de las cobijas gubernamentales y grandes cantidades de recursos para sobrevivir. Su estrategia fundamental ha sido cultivar sus clientelas electorales a través de los programas de apoyos sociales y las corruptelas con un aderezo imprescindible: una justicia conspiradora, cómplice.

Por eso recurre al aceite de la corrupción, de las complicidades y de los acuerdos oscuros tras bambalinas. Perdido en el desconcierto tras los resultados electorales del 2018, sin el poder, no ha podido reinventarse. Amenazado por la posibilidad de su extinción, busca hoy sobrevivir bajo el manto de Morena y la Cuarta Transformación.

La presencia de Dulce María Sauri en la presidencia de la Cámara de Diputados no es gratuita. Es el resultado de una negociación, un pacto, que exhibe hoy a un partido satélite girando alrededor de Palacio Nacional. La posibilidad de sobrevivir a cambio de apoyar sin cortapisas los proyectos legislativos de López Obrador.

Acorralado por el caso Lozoya y por la fragilidad política de sus máximos exponentes, el PRI no puede con su historia. No conecta ni con la realidad ni con los electores. El mismo dirigente nacional del PRI, Alejandro Moreno, actualmente es investigado por enriquecimiento ilícito. ¿Cómo puede Moreno ser un opositor?

Exhibidos en plaza pública por sus escándalos de corrupción, los priistas se quedaron sin discursos. Los videos de las maletas de efectivo llegando al Senado durante el sexenio de Enrique Peña para comprar voluntades de legisladores panistas y priistas es un insulto, una vergüenza continental.

Las imágenes exhiben de cuerpo entero la forma de operar del partido: dinero, dinero y más dinero. Por supuesto, dinero sucio en bolsas, maletas, sobres, producto de sobornos o de recursos saqueados a las arcas públicas.

Puesto a la defensiva, Alejandro Moreno, ha enfrentado el caso Lozoya con un discurso imposible, vacuo. No convence a nadie: a quienes se les compruebe responsabilidad en los sobornos, dice, deberán enfrentar la justicia. Para Moreno la corrupción no ha sido problema sistémico del PRI. Es, en todo caso, un asunto de “personas”, no de instituciones.

Olvida los casos de tantos ex gobernadores procesados o encarcelados como Jorge Torres, Tomás Yarrington, Eugenio Hernández, Rodrigo Medina, Javier Duarte, César Duarte, Andrés Granier y Roberto Borge. Se olvida también de los graves señalamientos realizados a las administraciones de otros ex mandatarios como Humberto Moreira, Rubén Moreira, Egidio Torre Cantú, Fidel Herrera, entre otros.

La docilidad de Moreno es insólita. Ni siquiera ha podido pronunciar una palabra sobre el video de Pío López Obrador recibiendo fajos de efectivo para apoyar los movimientos de su hermano Andrés Manuel. Un mudo, un ciego, un sordo, en la dirigencia del PRI.

Cuando el tricolor tuvo su primera derrota en una elección presidencial, Carlos Monsiváis escribió en el 2000 que al partido lo aturdía y anegaba su historial: “¿Cómo sobrevivir a esta trayectoria de represiones, saqueos y catástrofes de la más pura incompetencia? ¿Cómo sostener lo que ha perdurado en función de la desmemoria nacional?”.

Las conclusiones del escritor siguen vigentes luego de que el tricolor regresó al poder en el 2012 sólo para perderlo de nueva cuenta en el 2018. El PRI, apuntó, esquivó su pasado mientras su control era absoluto. “Al irse evaporando el poder totalizador, se acaba el autoengaño y se ve al PRI sin contemplaciones. No se le cree sujeto de cambio porque, por demasiadas razones, no se le considera susceptible de enmiendas democráticas”.

Como si fuera ayer, Monsiváis dijo: “Sin la seguridad absoluta de ganar, el PRI es una institución distinta. Al multiplicarse los fracasos y los riesgos de fracaso, el PRI traza su obituario. Sin certezas totales no se reconoce a sí mismo”.

Pasa eso mismo hoy. Sin el poder presidencial, el priismo no se reconoce, está aterrorizado, dobla las manos y trata de salvar lo que queda del partido y el pellejo de sus capitanes por la única vereda que reconoce:  “Lo que usted ordene, Señor. Estamos para servirle”.

Galerín de Plomos

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